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Síndrome de Peter Pan

noviembre 14, 2011
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¿Niña o Mujer? Esa es una interrogante que aún me cuesta responder. Toda mi vida me he considerado una niña y hasta hace unos meses incluso me molestaba que se refirieran a mí como una mujer. Aunque intelectualmente soy muy madura, emocionalmente me ha costado un poco más. Y el que me dijeran que soy una mujer me hacía sentir vulnerable e insegura, porque llevaba implícito el ser considerada una adulta. Y eso es algo que no deseaba, porque no quería crecer, así como tampoco quería asumir ningún tipo de responsabilidad.

Quería continuar comportándome como una niña que necesita ser cuidada y protegida, siendo ya una adulta. Pensaba que si crecía, mis papás ya no me iban a querer igual ni me iban a poner la misma atención. Ahora sé que no debo comportarme como una niña, ni necesitar que me cuiden para tener el amor y la atención de mis papás. Mi terapeuta me ha hecho ver que ser una mujer tiene muchas ventajas y que si no dejo de ser una niña, no las voy a poder ver.

Yo nací en los años 80 y uno de los problemas más grandes que enfrenta nuestra generación es el famoso “Síndrome de Peter Pan”. El psicólogo norteamericano Dan Kiley denominó como “Síndrome de Peter Pan” al conjunto de rasgos que tiene aquella persona que no sabe o no puede renunciar a ser hijo para empezar a ser padre.

Nos resistimos a crecer y tenemos la idea de que somos incapaces de cuidar y proteger a nadie. En mi caso, pienso que necesito que me cuiden y que si no me puedo cuidar a mí misma, ¿cómo voy a cuidar a un bebé? Pero entonces, ¿cómo hicieron nuestros papás?

A la generación de los 80 nos ha tocado vivir en una época en la que la vida ha sido muy fácil y muchos desearíamos poder prolongar esta falta de compromiso por el resto de nuestras vidas. No hemos vivido guerras, los crímenes y actos de violencia los vemos por televisión o internet y tenemos acceso ilimitado a la tecnología y la información. Hemos tenido una vida tan cómoda, que deseamos permanecer así para no enfrentar los retos y límites que implica el ser adultos. No queremos cumplir normas, no queremos estar “atados” a un trabajo y tampoco queremos comprometernos a una relación seria de pareja. Y al no querer asumir las cosas no tan buenas de ser adultos, nos perdemos de todas las ventajas que esto conlleva.

De alguna forma con el “Síndrome de Peter Pan”, logramos sentirnos integrados y parte de un núcleo familiar si continuamos con nuestros padres, y al mismo tiempo disfrutar de nuestra libertad como adultos. Nos portamos como niños cuando nos conviene y cuando no, reclamamos que se nos trate como adultos.

Actualmente se incluyen como jóvenes a personas de hasta 34 años, cuando antes a los 21 años ya eras considerado un adulto. Mi Mami a los 22 años ya se había casado y a los 23 me tenía a mí. A los 30 años ya tenía 4 hijos. Y eso era lo normal en la sociedad. En cambio, hoy en día se ven muchísimos casos de hombres y mujeres mayores de 30 años que continúan viviendo como niños o adolescentes, siguen solteros, viviendo con sus papás, disfrutando de los frutos de su trabajo, viajando y divirtiéndose sin la menor intención de adquirir algún tipo de responsabilidad.

Algo que suele pasarles a las personas que no quieren crecer es que no logran desarrollar una relación de pareja y terminan quedándose solas, regresando al “nido” bajo las alas de sus padres. ¡Qué cómodo! Pero si tomamos en cuenta que vamos a vivir más que nuestros padres, no suena tan bien, porque al final nos vamos a quedar realmente solos.

¿Cuáles son las características de una persona “Peter Pan”? Son súper egoístas. Sólo quieren recibir y ser amadas y se dedican a exigir. Necesitan que los cuiden y los protejan y que alguien más se responsabilice por ellos, generalmente los padres. Esto lo dan por hecho y si no es así, se enojan y hacen berrinche. A ellos no les interesa amar ni hacer nada por nadie. Son alérgicos al compromiso y no soportan la idea de que exista algo que pueda frenar su libertad.

Por otro lado, al ser inmaduros emocionalmente, tampoco se responsabilizan de sus emociones, sino que siempre están buscando a quién culpar por sus sufrimientos y desilusiones. Nunca piensan en cómo se sienten los demás, porque están demasiado ocupados centrados en sí mismos, en sus problemas, cólera, cansancio, estrés, etc. Y todo esto da como resultado que sean personas incapaces de comprometerse a una relación de ningún tipo, incluida la de pareja.

Si al leer esto han identificado que tienen rasgos “Peter Pan” no se asusten, porque hay solución. Si no la hubiera, no les estaría contando todo esto. Yo era la descripción exacta de una persona con ese síndrome y como no sabía que era un síndrome reconocido como tal, continuaba actuando como una niña malcriada y consentida. Una vez que lo supe y me di cuenta de que no era “normal” la forma en la que me estaba comportando y que el anhelar seguir siendo niña tampoco era lo correcto y logré ver el daño que todo esto me estaba causando a mí y a las personas que me rodeaban, decidí cambiar. Como les he dicho en las otras entradas, cambiar no es fácil, requiere mucho esfuerzo, pero vale la pena.

Para dejar de ser una persona “Peter Pan” lo principal es dejar de ser egoísta. Mi Papi me decía todo el tiempo que la mejor forma de ser feliz es preocupándose por los demás, dando en lugar de esperar siempre recibir, amando y no estar esperando que nos amen, ayudando a los otros con sus problemas y dejar de pensar en los nuestros. Yo no le creía, me enojaba y me resistía a hacerlo, hasta que un día me di cuenta de que no perdía nada con intentarlo y me llevé la enorme sorpresa de que él tenía razón.

¿Te preocupas por las personas que amas? ¿Escuchas los problemas de los demás o sólo hablas de ti? Dios nos dio 2 oídos y una boca, lo que significa que tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos. Esta ha sido una de las cosas que más me ha costado. Pero ahora que escucho los problemas de los demás y me intereso por el resto de las personas, no sólo por mis seres queridos, dejo enfocarme en mis problemas y soy mucho más feliz.

Otro punto fundamental para madurar emocionalmente y crecer como persona es dejar de sentirse víctima y aprender a tolerar las frustraciones. Cada uno es responsable de sus emociones y de las consecuencias de sus actos. Por lo tanto, depende de nosotros cómo enfrentamos las situaciones que no salen cómo esperábamos.

Por último, es importante aprender a aceptar las responsabilidades que implica cuando adquirimos un compromiso. Y entender que al tomar una decisión siempre habrá una consecuencia que se debe asumir. ¡Eso es ser un adulto!

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