“Es más fácil construir niños fuertes que reparar hombres rotos”. Esa frase me pegó al leerla, porque me hizo ver la realidad en la que vivimos. Sin irme muy lejos y sólo enfocándome en nuestra sociedad, nos damos cuenta de que es obvio que predomina la violencia, la maldad y el odio que llena a tantas personas.
Ahora muchos queremos cambiar la sociedad en la que vivimos y nos topamos con que no es nada fácil y el reto pareciera imposible. ¿Se puede cambiar el rumbo en el que vamos? Es probable. Pero pienso que se va a lograr a muy largo plazo y sólo si empezamos ya a educar y construir niños fuertes, buenos, con principios y valores, sin traumas que los aten y los consuman siendo adultos. El futuro de nuestra sociedad depende de la clase de niños que eduquemos, porque esos son los hombres que vamos a obtener. Básicamente, los niños fuertes son niños bien adaptados, mientras que los hombres rotos son los adultos mal adaptados.
Cuando un niño nace, nace perfecto. Es como cuando nos dan una computadora nueva, el disco duro viene limpio. Lo mismo pasa con un niño. Su cerebro y su corazón están en perfecto estado, listos para recibir toda la información que el mundo va a darles. La única diferencia está en que en el caso de un ser humano, la genética juega un papel importante y el “disco duro” no viene del todo limpio. El bebé ya trae algunas predisposiciones que adquiere estando en el vientre de la madre. Pero en general, en ese momento, los padres y adultos que los rodean tienen la oportunidad de decidir si la información que van a recibir es buena o mala. Es en esos primeros años que vamos a inculcar los principios y valores que van a regir la vida de ese niño. Es cuando vamos a enseñarle lo que es bueno y lo que es malo y la diferencia entre las dos cosas para que siempre elija hacer lo bueno.
Sabemos que existe una conexión muy fuerte entre la niñez y la adaptación adulta. Por eso el punto es que es más fácil educar a los niños para que sepan adaptarse al mundo que intentar corregir el desajuste de los adultos, especialmente cuando el desajuste viene como resultado de problemas y traumas en la infancia. Educar al niño es parte importante, pero más importante aún es cuidarlo y protegerlo de todo el mal que lo rodea. Los daños psicológicos que sufre un ser humano en su infancia, en sus primeros años de vida son los que lo afectan el resto de su vida y los que moldean su personalidad.
Un hombre roto es un hombre que difícilmente se puede arreglar. ¿Han intentado pegar un vaso de vidrio luego de que se quiebra? Es misión imposible, porque los pedacitos son tan pequeños que no se pueden volver a pegar al 100%, quedan grietas diminutas por las cuáles el agua logra salir. Algo parecido sucede con una persona. Cuando un niño es herido, puede ser que sane esa herida, pero la cicatriz siempre va a quedar. Una vez que un niño pierde su inocencia, nunca más vuelve a recuperarla, es imposible. ¡Así de simple!
No niego que siempre exista la excepción a toda regla y que niños que lo tienen “todo” y que han recibido mucho amor y educación, pueden convertirse en adultos mal adaptados; así como niños excepcionales, se convierten en hombres buenos a pesar de haber sido víctimas de negligencia por parte de los adultos de su infancia. Esto se da porque no todo está determinado por el entorno, sino que como les comentaba anteriormente, la genética juega un papel importante y en algunos casos es determinante. Pero nosotros debemos tener la esperanza de que los cuidados y amor que le damos a ese niño sean suficientes para que al crecer sean hombres buenos.
Cuidar a nuestros niños no depende sólo de los padres y de familiares cercanos, sino de toda la sociedad. Una sociedad se puede valorar por cómo trata a sus niños y nosotros no los estamos cuidando como deberíamos. Dejamos que sean abusados por sus padrastros y familiares, incluso sus mismos padres; que los maltraten en las escuelas sus compañeros y profesores. Los niños ya no tienen donde estar seguros debido a la violencia que gobierna actualmente.
Debemos trabajar en la base de la familia y la sociedad y establecer los cimientos que van a regir los actos de cada uno de nosotros. Es a través de nuestras acciones y nuestro comportamiento que vamos a educar a los niños, porque ellos aprenden todo lo que ven. Ellos van a aprender a amar, si nosotros los amamos; van a respetar a sus semejantes, si nosotros los respetamos. Cada uno puede hacer la diferencia en su entorno y de esta forma expandirlo al resto del mundo.
Castigar no es la solución. Cuando llegamos al punto en que debemos castigar a alguien, ya es muy tarde, porque ya no estamos construyendo desde cero, sino que estamos tratando de arreglar y modificar una conducta. Sin en lugar de castigar, nos orientamos en el bienestar infantil, estaremos dando un gran paso y podremos ver los resultados en el futuro.
No se trata de esconderse ni meter a los niños en una burbuja de cristal, sino de tratar el problema. No podemos seguir enterrando la cabeza en un hoyo como el avestruz y pretender que no pasa nada. Todo lo que estamos viviendo ahora nos llama a la acción y a hacernos conscientes de que el camino que llevamos no puede seguir así.
A los niños no se les puede meter en una burbuja, porque tarde o temprano ésta va a reventar y van a salir a un mundo que desconocen, porque en lugar de prepararlos, nos hemos dedicado a ocultárselos. Los van a lastimar fácilmente, porque no van a tener las armas para defenderse, porque no nos tomamos el tiempo de prepararlos para todo lo que deben enfrentar. Cualquier obstáculo va a parecer muy grande y los va a derrumbar, los va a quebrar. No permitamos que nuestros niños sean tan frágiles como un vaso de vidrio. Construyamos niños fuertes para que luego no tengamos que lamentarnos de que no los podemos volver a pegar.