Últimamente me he encontrado diciendo en repetidas ocasiones la frase: “De buenas intenciones está hecho el camino al infierno”. Y es que me he dado cuenta de que sorprendentemente son muchas las personas que piensan que el daño que causan sus acciones está justificado si lo hicieron con buena intención.
En este sentido, ya no sólo pretenden evadir la responsabilidad de sus actos, sino que encima de todo son ellos los que se enojan y resienten porque la persona para la cuál sólo tenían buenas intenciones se siente lastimada. Adoptan el papel de víctimas, ¡y qué bien lo hacen! Llegan al punto de hacer sentir culpable al otro por sentirse afectado, y es ahí donde se genera un conflicto.
Los seres humanos somos imperfectos y por ende cometemos errores. ¡Nadie es infalible! Sin embargo, podemos decidir aceptar que nos equivocamos y pedir perdón, solucionando la situación fácilmente (fácil es relativo, porque a muchos nos cuesta esta primera opción) o podemos elegir intentar justificar hasta el cansancio nuestro proceder e invalidar los sentimientos de los demás, empeorando la situación. Esta segunda opción, aunque a la larga es más desgastante y difícil, es la que escogemos con mayor facilidad.
Pienso que la raíz de esto es la soberbia, el orgullo, ese deseo de tener la razón. Si nos esforzáramos más por practicar la humildad e intentar ponernos en los zapatos del otro, la historia sería diferente. En mi opinión, casi nunca nos detenemos a pensar qué es lo que necesitan o quieren los demás, porque somos egoístas y vivimos ensimismados, creyendo que somos el centro del universo y que el resto del mundo debería de estar pendiente de nuestras necesidades. Por eso nos equivocamos todavía más a la hora de relacionarnos con los demás.
He escuchado de diferentes fuentes la afirmación de que nadie se levanta en las mañanas pensando a quién va a ir a perjudicar. Pero pienso que tampoco nos levantamos cada día pensando a quién vamos a ir a ayudar y mucho menos sabiendo cuál es la forma correcta de ayudarle. Sean sinceros y pónganse la mano en el corazón antes de decir que no es cierto. Sino me creen, respóndanse la siguiente pregunta: “¿A cuántas personas ayudan cada día?” No me lo tienen que contestar a mí, es para ustedes.
Debido a la imprudencia o a la inconsciencia, es decir, el desconocimiento en el que vivimos, es que una acción con la que buscábamos ayudar a alguien, lo termina dañando. Estaba leyendo un libro, donde explican que sólo se puede herir desde la inconsciencia, porque es la única forma que conocemos de actuar y no podemos dar lo que no tenemos. Lo bueno es que eso se puede cambiar, porque todos podemos aprender a ser más conscientes. Una de las formas para alcanzar niveles de consciencia más altos es la meditación.
Estarán de acuerdo conmigo en que tener buenas intenciones es un buen comienzo, sin embargo, éstas deben ir acompañadas de buenas obras para que sean efectivas. Pónganse en los zapatos del otro antes de actuar y piensen si eso es algo que le serviría a él/ella específicamente. No porque funcione para ustedes, va a funcionar para alguien más. Cada uno de nosotros es distinto y reaccionamos de forma diferente ante un mismo estímulo.
Les dejo el ejemplo que surgió en mi cabeza cuando estaba intentando materializar la idea y ha seguido apareciendo una y otra vez mientras escribo este post. Pienso que con esto les va a quedar clarísimo lo que he querido plasmar aquí. Imagínense que ustedes preparan un postre para una amiga que tienen poco tiempo de conocer, pero les ha caído súper bien y quieren agradarla. Le llevan el postre y ella se alegra muchísimo por el detalle. Se lo empieza a comer entusiasmada y a los pocos segundos se empieza a asfixiar, porque se le ha cerrado la tráquea. Resulta que el postre llevaba maní y ella es alérgica. En el mejor escenario, ella lleva su inyección para la alergia y no pasa a más. En el peor escenario, a menos que ustedes puedan hacer una traqueotomía, la mataron.
Ya sé, está bastante trágico el ejemplo, pero creo que funciona. Tenemos todos los elementos: 1) La buena intención: agradar a la amiga. 2) La buena acción: llevarle el postre. No obstante, esa buena intención pudo matar a su amiga. ¿Cuál sería el siguiente paso que darían? ¿Se justificarían con mil excusas, entre ellas su desconocimiento acerca de la alergia al maní, o se disculparían y almacenarían ese nuevo descubrimiento acerca de su amiga para que no ocurra en el futuro?
La opción que elijan es la que inconscientemente están aplicando muy probablemente a otras áreas de su vida.