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¿A dónde está Dios?

Durante mucho tiempo me hice esta pregunta: ¿A dónde está Dios? Lo buscaba en mi religión, en diferentes grupos a los que me invitaban, pero no sentía haberlo encontrado.

Hay personas que te muestran a Dios como un Dios castigador, un Dios que se va a ensañar contigo y te va a hacer pagar por cada una de tus faltas. Un Dios que te juzga por cada cosa mala que haces. Cuando lo cierto es que Dios es el único que te perdona por tus pecados y se olvida de ellos. Él ya mandó a Jesús a pagar por los pecados de todo el mundo. Dios es un Dios de amor y nos ama a pesar de nuestros errores e imperfecciones.

Ahora sé a dónde está Dios… ¡en mi corazón! Él está en el corazón de cada uno de nosotros y no necesitamos andarlo buscando fuera. Si logramos callar todos los ruidos internos que tenemos, lo vamos a poder escuchar.

Sin embargo, Él sabe que en ocasiones nos cuesta encontrarlo por nuestra cuenta y por eso existen las iglesias y los ministerios que nos sirven de guía para descubrirlo. Existen tantos, porque cada persona es diferente y le habla de distinta manera y a través de diferentes formas. Nos conoce tan bien que sabe cómo acercarse a cada uno y cómo llevarnos hacia Él. Yo puedo dar fe de ello, porque usó a la persona que yo menos me hubiera imaginado, pero que Él sabía que la iba a escuchar para hablarme de Él.

Fue así como hace un poco más de un año llegué a la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo (FIHNEC) y me mostró a un Dios diferente, un Jesús vivo. La Fraternidad es un ministerio laico conformado por capítulos. Hay capítulos de hombres y capítulos de mujeres, y se reúnen para desayunar, almorzar o cenar en restaurantes, hoteles o cafeterías. Mientras compartes una comida con otras mujeres, una de ellas da su testimonio de vida.

A mí me encantó ver que todas son mujeres como tú y como yo. Mujeres que han pasado por problemas difíciles, pero a las que Dios ha sacado adelante. Son mujeres que viven en el mundo, que no están en una burbuja de cristal y desde ahí hablan de lo que Dios quiere para nuestra vida. No, ellas saben lo que es caerse, lo que es tocar fondo… y saben lo que es levantarse. Es un lugar donde nadie juzga, ni señala, porque Dios no lo hace.

A través de los diferentes testimonios me di cuenta de que si Dios había transformado la vida de todas esas mujeres, también podía transformar la mía. Yo ya creía en Dios, siempre lo he hecho, pero ahí aprendí a confiar en Él y a esperar en Él. Cuando pones toda tu confianza en Dios, empiezas a ver la vida desde otra perspectiva. Los problemas no desaparecen, porque no es magia, pero los enfrentamos con Él y la carga se vuelve más ligera.

Los cambios que duran son los graduales, que se dan poco a poco y cuestan. Los cambios de la noche a la mañana son llamarada de tuza. Hacen un gran fuego, pero rápido se consumen.

En la Fraternidad he aprendido a pedirle a Dios y a agradecerle por todas las bendiciones que Él me ha dado en mi vida. He conocido a personas que se han convertido en verdaderas amigas y que han sabido apoyarme en los momentos difíciles, porque ellas ya superaron lo mismo o cosas parecidas.

A veces vas a escuchar un testimonio y no te vas a identificar, pero otras veces vas a verte reflejada en la historia de esa mujer valiente que se atreve a contar su historia íntima con el propósito de ayudar a otras. Para todas ellas va mi más grande respeto y admiración, porque dejan de lado un apellido, una posición social, una imagen y se muestran tal y como son para demostrar las maravillas que Dios ha hecho en sus vidas.

Cuando Dios empieza una obra, no la deja a medias, la termina. Se podrá tomar su tiempo, pero puedes estar seguro de que la va a acabar. Él se vale de todos los medios a su alcance para hacerlo.

No importa a dónde busquen a Dios, lo importante es buscarlo. Cuando le damos la espalda y queremos luchar con nuestras propias fuerzas, nos terminamos hundiendo y la carga se vuelve insostenible. Sólo Él nos puede enseñar el camino que debemos seguir y nos puede hacer mejores personas. Y ojo que eso no quiere decir que vamos a ser perfectos y santos, porque aquí es donde muchos nos frustramos. Somos humanos y por lo tanto imperfectos. Vamos a seguir cometiendo faltas, pero la diferencia está en que nos vamos a dar cuentas de que está mal y vamos a intentar cambiarlo.

En la Fraternidad no se habla de religión, se habla de espiritualidad, de Jesús y de contar todas las bendiciones que Dios nos da. Esa fue otra de las razones por las que me siento feliz ahí, porque Dios tampoco clasifica a las personas de acuerdo a su religión, Él nos ama a todos por igual. A cada persona le funcionan diferentes ministerios y religiones, a mí me ha funcionado éste. No pensé que podía cambiar y sentir gozo en mi corazón. Ahora puedo decir que soy feliz.

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