Resulta tentadora la idea de vivir en una burbuja de cristal. No es realista, pero definitivamente sí tentadora. Una burbuja de cristal impenetrable que me proteja de la gente y de toda la maldad que existe en el mundo. Una burbuja de cristal donde nadie me pueda lastimar ni me haga sufrir. Una burbuja de cristal donde mi corazón esté a salvo.
¿Saben qué? Es un error, ¡y enorme!
Lastimosamente los hijos no vienen con manual incluido y los papás se esfuerzan por hacer el mejor trabajo posible con los conocimientos y recursos que tienen a la mano. Los que son papás saben la responsabilidad que significa criar a otro ser humano. Yo todavía no soy mamá y me cuesta dimensionar lo que debe sentir un padre al tener en sus brazos por primera vez a su hijo recién nacido. Un bebé completamente indefenso y vulnerable. Esa personita que una vez que le agarra el dedo es para toda la vida. Ese ser tan pequeño y tan frágil que hace aflorar el instinto más grande de protección y cuidado.
En este intento por evitar que nada ni nadie dañe a su hijo, algunos papás llegan al punto de sobreprotegerlo. Alguien me comentaba que el hijo mayor siempre es con el que tienen más precauciones. ¡Me consta! Y es sumamente entendible. Es con el que empiezan a aprender a ser papás. No lo dejan ir a la casa de un amigo, porque no saben si es seguro que vaya, en especial sin antes conocer a la familia. En general, la sobreprotección y los cuidados extremos se pueden ver en lo estrictos que son con los permisos.
Si yo fuera mamá creo que desearía tener a mi pollo 24/7 bajo mi ala. ¡Pero no se puede! Los pollitos dejan el nido y si no les enseñan a volar, se van a pegar duro contra el suelo al caer del árbol.
Todo papá desearía evitarle el dolor a un hijo y tenerlo en una burbuja de cristal. El problema es que si no le enseñamos a valerse por sí mismo y a enfrentar diferentes escenarios posibles que pueden surgir cuando no estemos, va a estar totalmente vulnerable porque nosotros no vamos a poder estar siempre para defenderlo.
Es como los papás que ni siquiera dejan que los niños jueguen y se ensucien porque no quieren que se enfermen. Al final lo que consiguen son niños enfermos. ¿Por qué? Porque es jugando, ensuciándose y comiendo cosas que se cayeron al suelo que los niños refuerzan su sistema inmunológico y adquieren defensas para enfrentar enfermedades potenciales. Es la forma en que sus cuerpos se preparan para atacar a los virus. Pero si nunca entran en contacto con gérmenes y bacterias (sé que muchos están pensando: ¡ni de broma!), el cuerpo no va a desarrollar sus defensas, porque nunca ha tenido que protegerse de nada.
Por otro lado, a medida que el niño va creciendo y se empieza a convertir en un hombre, se va haciendo más evidente que es una fantasía pensar que lo vamos a poder mantener en una burbuja.
Lo triste del caso es que tarde o temprano la vida le va a pasar la factura a ese niño. Cuando salga a la realidad, el mundo le va a dar una cachetada. Se va a dar cuenta de que no todo es bueno, que la maldad existe; que no se puede confiar en todas las personas, porque muchas lo van a herir y lo van a traicionar; que un “te amo” pueden ser palabras vacías que no significan nada para quien las dice; que hay personas que se van a acercar a él sólo por interés; que más de alguien le va a tener envidia y lo va a querer sabotear para verlo fracasar, etc.
Un cuadro tétrico, ¿cierto? Cualquiera que pase por todo eso saldría corriendo de regreso a la burbuja de cristal. ¡También me consta! Y es que toda persona que se enfrenta a una amenaza busca un refugio seguro, ¿y qué mejor lugar para estar a salvo que la burbuja? Volvemos al primer párrafo. Sin embargo, esta vez las cosas deben ser diferentes. Una vez que hemos visto el mundo, no podemos tenerle miedo y huir. Lo que debemos hacer es comenzar el proceso de desarrollar nuestras defensas y fortalecernos para tener las armas necesarias para afrontar al mundo.
La vida no está compuesta por blancos y negros. ¡Hay una infinidad de GRISES! No podemos ver todo en términos de malo y bueno. Las personas nos equivocamos, somos seres humanos y eso nos hace imperfectos, pero equivocarse no es sinónimo de maldad. Van a haber personas que van a cometer errores con nosotros y que puede ser que nos lastimen, pero un hecho no las define y no las hace malas personas. A veces sin querer terminamos haciéndole daño a quiénes más amamos. Pero si nosotros aprendemos a manejar esas situaciones, no nos van a marcar ni nos vamos a sentir víctimas. Vamos a ser capaces de dar segundas oportunidades a quienes se las merecen.
Lo más importante que quiero rescatar es que al quedarte encerrado en tu burbuja, si bien estás en tu lugar seguro, sin exponerte, sin correr riesgos, donde nada malo te puede pasar, donde nadie te puede herir… También te estás perdiendo de todas las bellezas que ofrece la vida, de conocer a personas asombrosas, de descubrir un mundo lleno de maravillas, de que te sucedan cosas extraordinarias, ¡de amar y ser amado! No hay nada más lindo que encontrar personas sinceras que llenen nuestros días de alegría, de risas y de amor. Gente con la que podemos compartir los momentos felices y también los tristes.
Papás, yo sé que darían lo que fuera por que sus hijos aprendieran de sus experiencias, pero desdichadamente cada uno debe cometer sus propios errores para aprender. Entonces lo que les recomiendo es que entrenen a sus hijos, porque la forma en la que reaccionamos ante la vida se puede cambiar y es con práctica que se modifican las respuestas. Prepárenlos para que salgan al mundo y no le tengan miedo, sino que lo disfruten. Enséñenles a parar bien las antenitas para no ser ingenuos y que sepan detectar quiénes son las personas en las que pueden confiar y quiénes son las que los van a lastimar. Instrúyanlos para que entiendan que la vida si bien no es color de rosa, tampoco es negra. Sin embargo, tienen que comprender que van a haber situaciones dolorosas a las que deben enfrentarse, pero eso va a pasar y luego llegarán momentos de felicidad. Como dice la canción de Arjona: “o aprendes a querer la espina o no aceptes rosas”.
No me queda más que decirles que la vida es bella. Yo pasé 22 años en mi burbuja de cristal, salí y regresé volada a ella. Pero fueron esas experiencias las que me hicieron madurar a la fuerza y me dieron grandes lecciones de vida. Les puedo asegurar que después de un proceso largo y doloroso, porque los procesos de crecimiento personal e interno duelen (pero valen la pena), yo he podido empezar a ver todos esos grises de los que les hablo, y no sólo grises, sino que infinidad de colores. Ahora no soy la niña ingenua de hace unos pocos años, soy más prudente y menos impulsiva, no pongo mi confianza en cualquiera, sino que me doy tiempo para conocer a las personas. Me di cuenta de que hay más cosas buenas que malas y que las recompensas de vivir al máximo no tienen precio. Así que decidí salir y deseaba tanto aceptar las rosas que me ofreciera el mundo, que estuve dispuesta a querer las espinas que vienen con ellas.
¡Salgan de su burbuja! ¡No se van a arrepentir!