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Cadena de Favores

Dar o ayudar a las personas que amamos no es nada del otro mundo ni conlleva un gran mérito. ¿Qué padre o madre no haría cualquier cosa por ver felices a sus hijos? ¿Qué hijo no estaría siempre dispuesto a socorrer a sus padres? ¿Qué amigo le negaría un favor a otro? La respuesta es sencilla: todos estarían encantados de hacer lo que fuera necesario por ayudar a un ser querido.

Ahora, ¿qué pasa con aquellas personas a las que no conocemos? ¿Qué ocurre con esa persona que vemos por la ventana del restaurante mendigando por un pedazo de pan? ¿Qué hacemos si una persona al subir al bus se da cuenta de que no le alcanza para pagar el pasaje? ¿Nos paramos a ayudar a alguien que bajo la lluvia se ha quedado con el carro arruinado? Tristemente nos vamos a dar cuenta de que la gran mayoría cuando nos encontramos frente a este tipo de escenarios pasamos de largo y no nos detenemos a ayudar al prójimo.

Les voy a contar una anécdota que me sucedió hace un par de semanas. Iba de viaje sola por primera vez a un lugar que no conocía. Desde antes de partir estaba angustiada, porque me daba miedo que algo me pasara. Durante todo ese tiempo estuve pidiéndole a Dios que me cuidara, que fuera Él quien viajara conmigo y que si me perdía o pasaba algo y yo necesitaba ayuda, me pusiera ángeles para que me cuidaran y me guiaran. Estaba segura de que Él escuchaba mi oración y mi confianza estaba puesta ciegamente en Él. No tenía la menor duda de que todo iba a estar bien.

Al llegar a la estación de tren compré mi boleto y en la siguiente parada una señora me iba a explicar cómo comprar el siguiente. ¡Todo iba de maravilla! Cuando busqué en mi cartera para sacar mi billetera y darle el dinero para el ticket, me di cuenta de que ésta no estaba. ¡No lo podía creer! No era posible que eso me estuviera pasando. Pero la billetera no apareció. Me la habían robado.

La señora de la estación me dijo que fuera a atención al cliente para que me ayudaran a reportar las tarjetas de crédito. Cuando entré a la oficina no podía hablar, porque el nudo de mi garganta se había soltado y las lágrimas no paraban de salir. La mujer que estaba atendiendo se portó de lo más amable. Me consoló y me ayudó con lo que tenía que hacer. De alguna forma me logré calmar.

Pero luego tenía que ir a la estación para tomar el siguiente tren que me llevaría a mi lugar de destino. Al estar ahí sola esperando, me invadió un sentimiento de abandono, angustia y vulnerabilidad que no podía parar de llorar. La gente pasaba a mi lado sin siquiera verme, tal y como lo había hecho yo tantas veces con otras personas. Sin embargo, hubo una señora que me vio y se acercó para ver qué me pasaba. Se estuvo conmigo hasta que llegó su tren.

Yo seguía muerta en llanto y para mi sorpresa, un señor se me acercó también y me preguntó qué me había sucedido y si me podía ayudar en algo. Le conté lo que había pasado y hacia donde iba. Me dijo que él iba en la misma dirección y se bajaba en la estación después de la mía, así que me acompañaría en todo el trayecto. Me preguntó si sabía la dirección de la escuela a la que me dirigía y el número de teléfono. Pero entre tanta lágrima no lograba ver nada en el papel que tenía con el mapa. Así que se lo di a él y lo encontró. Llamó a la escuela, les dijo lo que había ocurrido y les pidió que me estuvieran esperando en la estación cuando llegara.

¡Era algo increíble! Este señor se había detenido en su trayecto para ayudar a una completa desconocida. Me subió las maletas al tren y comenzó a hablarme para que yo me tranquilizara. Me contó que era militar y había estado en Afganistán entrenando a un equipo de El Salvador, así que por eso tenía una bandera del país en su casa. ¡Qué coincidencia!

Cuando llegué a mi destino, me ayudó a bajar las maletas y efectivamente me estaba esperando alguien de la escuela. Me sentí segura y protegida. ¡Estaba a salvo! Al menos por 5 días, porque después tenía que ir a buscar mi hotel antes de regresar a casa. Eso me hacía sentir intranquila, porque me daba miedo ir yo sola. Pero Dios es increíble y me puso otros 2 ángeles que se ofrecieron a llevarme al hotel y hasta me ayudaron a llevar las maletas hasta la habitación. Pero eso no fue todo. A pesar de que les dije que no necesitaba dinero, ellos me dijeron que me lo dejaban como un regalo. ¡Era impresionante! ¿Quién hace ese tipo de cosas con una perfecta desconocida? Yo no podía hacer otra cosa más que agradecerles sin parar.

Por otro lado, mi preocupación de llegar al hotel también era que siempre te piden una tarjeta de crédito de respaldo y yo no tenía. Si hasta ese momento estaba asombrada por todas las bendiciones que Dios me había enviado, lo siguiente me asombró todavía más. No me pidieron tarjeta de crédito y a la par de mi hotel había una estación de policía para que pudiera poner la denuncia del robo. ¡Estaba con la boca abierta!

Bajé a la recepción para pedir la llave de la caja de seguridad que requería de un depósito de dinero y pregunté el horario de la comisaría. La recepcionista me dijo que era 24 horas y me preguntó qué me había sucedido. Cuando le conté, me dijo que no me preocupara, que no tenía que dejarle ningún depósito, porque ella sabía que necesitaba ese dinero. ¡Wow, otro ángel!

Después de todo esto recordé mi oración. Yo le pedí a Dios que si algo pasaba, me pusiera ángeles. ¡Y lo hizo! Cada una de esas personas que se me acercaron y me ofrecieron su ayuda desinteresada fueron ángeles que Dios me puso en el camino. Me hicieron un favor sabiendo que probablemente nunca me van a volver a ver y yo no se los voy a poder pagar de regreso. Esa es la razón por la que pensé en la película “Cadena de Favores”.

Si bien yo no voy a poder devolverles el favor a las personas que fueron buenas conmigo, sí puedo devolvérselo a la vida y a otras personas que me encuentre en el camino, que estén necesitadas y que yo sepa que no me lo van a poder pagar. Les cuento que ya tuve la fortuna de poder aplicarlo y la felicidad y satisfacción que se siente al hacerlo no tiene precio.

Yo pensaba que la humanidad ya no tenía salvación. Veía todas las cosas malas que pasan en el mundo y me hacían pensar que la bondad ya se había extinguido. El señor del tren me dijo esta frase: “Yo creo que aunque hay sinvergüenzas la mayoría de las personas son buenas”. Y ahora yo también lo creo.

Los invito a ayudar a otros desinteresadamente e iniciar su propia cadena de favores de acuerdo a sus posibilidades. Cada quien ayuda de la forma que puede. Se van a maravillar de los resultados. Es así como podemos empezar el proceso de cambiar al mundo y hacerlo un lugar mejor, donde los seres humanos nos ayudemos en lugar de destruirnos los unos a los otros. Está en nuestras manos crear la sociedad que anhelamos para vivir en paz y armonía.

Gracias a Mario, Jacinto y Belén, los ángeles que Dios puso en mi camino.

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