Parte importante de aprender a manejar nuestras relaciones interpersonales es tomar conciencia plenamente de que somos imperfectos, tanto nosotros como las personas con las que nos relacionamos. Esto es algo que nos cuesta demasiado y por eso nos volvemos intolerantes. Pensamos que los demás hacen cosas con la intención de hacernos daño y los otros piensan lo mismo cuando nosotros hacemos algo que los lastima o con lo que no están de acuerdo.
Lo cierto es que es imposible que dos seres humanos estén siempre de acuerdo. ¿Por qué? Porque todos somos diferentes y tenemos distintos gustos. Puede ser que a tu mejor amigo le encante la carne, pero resulta que tú eres vegetariano. A la hora de elegir un restaurante para salir a comer se tendrán que hacer concesiones y en algunos casos no se van a lograr poner de acuerdo. Ese es un ejemplo sencillo, pero puede llegar a generar un gran conflicto si no se valora más la compañía que el lugar donde se va a comer.
Hay una frase que escuché un día que me gustó “agree to disagree”, que significa “estar de acuerdo en estar en desacuerdo”. Si estamos claros en que esto va a pasar y que no significa que lo hagamos por molestar al otro, la relación no va a sufrir daño. Podremos comprender que sencillamente no coincidimos en ese punto y no es nada personal.
Por otro lado, cuando alguien hace algo que nos molesta y que nos afecta, lo que comúnmente hacemos es enojarnos. A pesar de que esa no es la solución, el problema no es enojarse, sino que sacamos el asunto de proporción y comenzamos a sentir que odiamos a esa persona y se lo hacemos saber. Lo más triste es que esto sucede con las relaciones más cercanas, las que más nos importan. ¿Saben por qué? Porque en el fondo sabemos que esas son las personas que nos van a aguantar el berrinche y la cólera. Esas son las personas que nos aman a pesar de nuestros defectos.
¿Creen que alguien con quien tienen una relación superficial les va a aguantar que le digan que lo odian? ¡No! Simplemente se va a ir y ya no va a continuar siendo su amigo. Ahora veámoslo desde el otro lado, ¿creen que algo que haga una persona que no significa nada para ustedes los va a hacer sentir tan mal que le digan que lo odien? ¡No! Tampoco va a suceder, porque no vale la pena.
Un ejemplo típico es cuando los papás castigan a un hijo. Lo hacen por su bien, ¿cierto? Sin embargo, el hijo no entiende eso en el momento, se enoja muchísimo y en ocasiones dice que odia a sus papás. Pero la verdad es que no odian a sus papás. Por supuesto que están enojados, porque se sienten frustrados de no poder hacer nada para evitar el castigo, porque quieren salir y no los dejan, porque no les dieron dinero y se querían comprar esos zapatos, etc. Pero de estar enojados a odiar hay un abismo.
Cuando les pasa el enojo, ellos mismos se dan cuenta de que no odian a sus papás y que sólo se los dijeron para lastimarlos. Lamentablemente los papás sólo están al tanto de lo que oyen y eso es lo que creen. Existen papás que están completamente seguros de que sus hijos los odian, cuando no es cierto. Igual que hay hijos que juran que sus papás los odian debido a que les quitan el habla o les gritan por su mal comportamiento.
Todos tenemos derecho a enojarnos e incluso guardar distancia cuando nos sentimos heridos. Lo que no se vale es que le digamos a la persona objeto de nuestro enojo que la odiamos si no es así. No tienen idea del daño que le pueden hacer y cuán profunda puede ser la herida que abren.
Yo sé que a muchos les cuesta expresar lo que sienten. En algunos casos ni siquiera pueden ponerle nombre al sentimiento y eso resulta más frustrante. No obstante, debemos aprender a comunicarnos, a decir lo que sentimos en lugar de explotar. Lo sensato es acercarnos a la persona que nos ha hecho enojar y decirle cómo nos hizo sentir su conducta. Es fundamental hacer énfasis en que lo que nos molesta es la conducta y no la persona. De esa forma vamos a lograr tener una actitud receptiva y que no se ponga a la defensiva.
También es importante que nos demos cuenta de quiénes son las personas a las que amamos y que significan mucho para nosotros, porque eso nos va a ayudar a poner atención y cuidar de ellas en vez de poner en peligro esas relaciones por estallar en cólera y decir cosas que no sentimos ni pensamos sólo por “desahogarnos”. Lo hacemos pensando que ellas siempre van a estar ahí y que siempre nos van a aguantar, pero un día nos pueden sorprender marchándose porque se cansaron. Todo tiene un límite, incluso la paciencia. Sepamos valorar a quienes valen la pena.
En el momento que decidimos amar a alguien, le estamos diciendo sí a la persona. Eso no quiere decir que vamos a estar de acuerdo con ella, con sus conductas o sus ideas. Pero estar en desacuerdo no significa que la hayamos dejado de amar. Tenemos derecho a decir no o a enojarnos cuando lo sentimos y aun así seguir amando a la persona.
Aprendamos a decir: “Estoy enojado, pero te sigo amando, no te odio”. Eso le va a dar seguridad a la persona de que la molestia va a pasar y llegará el momento para hablar y arreglar las cosas. Cuidemos de nuestras relaciones interpersonales y no las pongamos en riesgo ni las desechemos así por así.