Desde hace unos años que comencé a poner atención a las dinámicas que se establecen en las conversaciones con las personas, me he dado cuenta de que a muchos… ¡les encanta aconsejar! Tal parece que las personas padecen del mal de querer solucionar la vida de los demás y dar consejos no pedidos. Estoy segura de que lo hacen con la mejor intención y con el propósito de ayudar, pero puede resultar contraproducente, especialmente en el caso de las mujeres, porque se pueden dañar susceptibilidades con lo que se nos dice.
Hay momentos en que nos suceden acontecimientos que nos mueven el piso. Podemos sentirnos enojados, tristes, angustiados, frustrados, impotentes, incomprendidos, agredidos, y la lista continúa. En esos instantes lo único que deseamos es desahogarnos y sacar todo lo que tenemos dentro. Buscamos a una persona de confianza que pueda ESCUCHARNOS. Ojo, ¡que nos escuche, no que hable!
¿Por qué? Porque lo que queremos es saber que hay alguien que va a estar ahí para nosotros dispuesto a escuchar lo que nos atormenta… sin juzgar. Este punto es fundamental. Estamos intentando refugiarnos de lo que nos ha pasado y sentir que estamos en un lugar seguro para expresar lo que sentimos, sin juicios, sin reproches, sin regaños, ni consejos. Esto cuesta muchas veces, porque estamos programados para hacer valoraciones de lo que nos dicen y sacar nuestras propias conclusiones, corriendo el riesgo de convertirnos en jueces y cuestionar lo que nos dice la persona que nos comparte lo que le está pasando y sus sentimientos al respecto.
Cuando anhelamos descargarnos, lo que necesitamos es alguien que mientras escucha, nos sostenga la mano y nos dé un apretón que nos haga sentir que está con nosotros. Alguien que cuando comienzan a salir las lágrimas, nos dé un abrazo reconfortante y consolador. Alguien que simplemente esté ahí poniendo toda su atención a nuestras palabras, acompañándonos.
A veces ocurren situaciones en la vida para las que no hay palabra que valga, pero la sola presencia de esa persona amiga es más que suficiente. Ejemplo de eso son la muerte o la enfermedad de un familiar. Que te digan que está en un lugar mejor o que por algo suceden las cosas, ¡no te va a dar alivio! En ese momento estás sintiendo, no razonando. Que lleguen a verte, te den un abrazo y te digan cuánto lo sienten y te pregunten en qué te pueden ayudar, es reconfortante. No hace falta más que saber que cuentas con esas personas y que se solidarizan con tu dolor.
Otro ejemplo de cuando debemos callar es cuando llega alguien a decirnos que se peleó con su pareja, con sus hermanos o con sus papás. Es posible que la persona diga cosas de las que después se va a arrepentir, pero tarde o temprano va a solucionar las cosas con sus seres queridos y va a estar como si nada. En cambio, si tú te pones a decir cosas negativas de ellos, ese amigo se va a resentir contigo.
Una recomendación para quien necesita ser escuchado es la siguiente: Desde que llames a la persona con la que quieres hablar, dile que sólo quieres desahogarte y ser escuchado. Que no buscas que te den una solución, ni una opinión, ni un consejo. Sólo quieres saber que cuentas con un amigo. Ser claros sobre qué queremos de la otra persona es siempre lo mejor.
La recomendación para quien tiene esa necesidad tan grande de solucionar la vida de los demás y de dar consejos es: ¡Abstente de hacerlo! Sino, al menos pregúntale primero a quien está a hablando si puedes darle tu opinión. Si dice que sí, ¡adelante! Si dice que no, respeta su decisión. De lo contrario, lo único que vas a lograr es que esa persona no vuelva a buscarte.
Con lo que he leído y aprendido de psicología a lo largo de varios años, he comprendido que las personas deben encontrar sus propias respuestas. Ellas lo saben en los más profundo de su ser, pero en ocasiones tienen miedo de decidir y por eso le dan la responsabilidad a alguien más. Si nosotros le devolvemos la pregunta, vamos a estarle ayudando a que analice y descubra lo que sabe que es mejor para ella.
Tratemos de escuchar más de lo que hablamos. Como siempre me dice mi Papi: “Dios nos ha dado dos oídos y sólo una boca”.