Cuando venimos al mundo, empezamos de cero. Aprendemos lo que nos enseñan, lo que vemos que otros hacen y lo que queremos. A medida que vamos creciendo, comenzamos a vivir diferentes experiencias que nos marcan… para bien o para mal.
Al principio somos inocentes, puros, creemos en las personas y pensamos que todo va a estar bien. No pensamos mucho las cosas, sino que nos lanzamos, nos arriesgamos. Amamos sin límites, cantamos como si nadie nos escuchara, bailamos como si nadie nos viera, nos dejamos SER. No existe la vergüenza, porque no ha habido nadie que nos frene, que nos ridiculice ni que nos lastime.
Con el primer amor, ese amor de niños o adolescentes, nos dejamos ir y entregamos nuestro corazón. Pero luego nos damos cuenta de que no podemos ponerlo en manos de cualquiera, porque no lo van a cuidar. No vemos que nos ponemos en una situación de extrema vulnerabilidad y que esa persona que sostiene nuestro corazón, puede destrozarlo con sólo cerrar el puño. Cuando esto pasa, afloran la desconfianza y el miedo.
Sin embargo, todavía una parte de nosotros sigue creyendo y se da una segunda oportunidad. Pero cuando nos decepcionan esa segunda vez, duele más, porque ya sabíamos a lo que estábamos apostando. Se inicia la construcción de corazas para protegernos de los demás, el miedo no nos permite confiar y condenamos a personas nuevas por las acciones de los fantasmas del pasado. Porque nos lastimaron y no queremos que eso nos vuelva a pasar.
Es difícil ser herido y sanar, pero no es imposible. Es a través del dolor que crecemos y maduramos. Aprendemos que no podemos tirarnos al vacío, que tenemos que tener freno de mano a la par e ir despacio. La clave está en no permitir que nuestros miedos manden y nos hagan desconfiados, sino que nos hagan más precavidos y prudentes para conocer a los demás. Poco a poco la otra persona nos va a ir demostrando si es alguien de confiar. Si en las cosas sencillas nos falla, podemos estar seguros que en las más grandes también lo va a hacer.
Como me decía alguien, no podemos entregarle nuestro corazón a nadie. Éste no debe salir de nosotros. Lo que debemos hacer es dejar entrar a la otra persona. Es una metáfora lo de destruir el corazón al cerrar el puño, pero la sola imagen aterra. Por eso si nosotros estamos claros de que nuestro corazón siempre está en nuestras manos, nadie lo va a poder destrozar. Cada uno tiene la responsabilidad de cuidarse a sí mismo. Es la única manera de vivir sin miedo a ser lastimado.
Si nosotros dejamos que los miedos y fantasmas del pasado vivan con nosotros, nunca vamos a poder avanzar. No pueden haber 3 personas en el tren. Se tiene que bajar el fantasma para que tú y la nueva persona puedan funcionar. El pasado no nos define, sino el futuro, las metas que queremos alcanzar. El pasado ya pasó y no lo podemos cambiar. Lo que sí podemos decidir es cómo queremos vivir de aquí en adelante.
Es fundamental entender que no debemos darle el poder a nadie para que nos pueda lastimar y saber que nuestros fantasmas tampoco lo tienen. Nosotros somos los que los alimentamos permitiendo que el sólo recuerdo nos haga sufrir. Así que está en nuestras manos quitarles la importancia que les hemos dado para que desaparezcan de una vez y para siempre. Para que esto suceda no podemos escondernos, debemos enfrentarlos y pasar la página.
Es cierto que lo nuevo asusta, porque es desconocido hasta ese momento. Pero les puedo asegurar que cuando deseen algo con todo su corazón y cuando crean en un sueño, se van a arriesgar ante la posibilidad de verlo hecho realidad. Cuando nos sentimos seguros de nosotros mismos y la persona que llega a nuestra vida nos lo reafirma, dejamos de sentir miedo y dolor. Nuestros fantasmas se quedan mil kilómetros atrás y ya no nos pueden alcanzar. Nos liberamos y estamos listos para volver a sentir.
¡Hay cosas por las que vale la pena superar los miedos!
Les dejo esta canción que es lindísima y está acorde al blog: “Sin Miedo A Nada” de Alex Ubago.