Nuestros papás son y van a ser siempre nuestros papás, queramos o no. Es un vínculo que no se puede romper aún si decidimos no hablarles o no tener ningún tipo de relación con ellos. Igual seguirán siendo nuestros papás.
Yo no soy mamá todavía, pero estoy clara que no es fácil. Cada hijo es diferente y ninguno viene con manual. Pero no sólo los niños, cómo dirigir una familia tampoco es algo que se nos enseña. Hay ideas básicas que encontramos en los libros o las escuelas de padres, pero cada hogar es un mundo y por eso cada equipo de papás hace lo mejor que puede por sacar adelante al suyo con las herramientas que tiene.
La pareja se casa con la ilusión de tener una familia linda y hacer las cosas mejor de cómo las hicieron sus papás. Intentan no cometer los mismos “errores”. Pero en el camino, comenten los suyos propios. ¡Se vale! Son seres humanos y no son perfectos. El problema está en que los hijos en muchos casos nos creemos con el derecho de ser sus jueces y condenarlos por lo que nosotros pensamos que hacen mal.
Ningún papá tiene hijos pensando que los va a hacer miserables y les va a amargar la vida. ¡Ninguno! Lo lamentable es que haya tantos jóvenes que lo vean así.
Ser papá no es fácil. Lo repito, porque necesito que para los hijos quede claro este punto. Cuando somos bebés, sólo somos sonrisas y amor para ellos. Escuchar que nuestras primeras palabras son “mamá” y “papá” es una emoción que sólo quienes son padres pueden describir. A medida que crecemos un poco más les decimos cuánto los amamos. El amor de un niño es un amor sincero y sin condiciones. Papá y mamá se convierten en nuestros héroes y eso es lo que les transmitimos.
¿Se imaginan lo felices que ellos se deben sentir? ¡Son unos superhéroes!
Pero luego llega la pubertad. Ni ellos ni nosotros estamos listos para enfrentarla. Para muchos es un cambio enorme. Algunos niños pasan de ser un amor y cariñosos a ser una persona totalmente diferente. Nadie puede estar preparado para esto. Los papás después de ser los mejores amigos se convierten en los peores enemigos. Los hijos empiezan a retarlos, a faltarles al respeto, a ser malcriados y tomar actitudes con las que agreden a sus padres.
No puedo dimensionar cómo se debe sentir un papá ante este cambio. Sin saber qué hacer. Viendo que castigarlo no funciona, pero intentar hablar con él tampoco. Es un momento en el que resulta imposible conectar con el hijo para entender qué es lo que sucede. ¡Qué frustración!
A pesar de eso, los papás siguen a la par de nosotros. ¡Nos perdonan! No importa el problema en el que nos metamos y la vergüenza que puede significar para ellos, dan la cara por nosotros. Sólo vean el caso de las personas que están en la cárcel y sus papás están ahí apoyándolos. No estoy justificando el delito, estoy destacando el amor incondicional de los padres.
Al crecer y convertirse en adultos, algunos se dirán, pero mis papás no son así de buenos, mis papás son lo peor, ellos nunca estuvieron pendientes de mí, ellos siempre me sacan de mis casillas, ellos tienen la culpa de cómo soy ahora, por ellos mi vida es un fracaso. ¡Error! Para empezar debemos quitarnos de nuestro vocabulario las palabras “siempre” y “nunca”, porque nada es absoluto. Si te pones a hacer memoria, te vas a dar cuenta de todas las veces que sí estuvieron pendientes de ti y que en muchas ocasiones no te han sacado de tus casillas.
Por otro lado, nadie es culpable ni responsable de nuestro destino. Si bien como les dije antes, los papás no son perfectos y cometen errores, eso no determina nuestro futuro. Lo que ocurre es que resulta más fácil culparlos a ellos de nuestros fracasos y desdichas que tomar nosotros mismos la responsabilidad de nuestra vida y el poder de cambiarla.
Para un papá es frustrante ver la ingratitud de un hijo. Estar siempre ahí para él, intentar darle lo mejor, poner todo su esfuerzo en tener una familia unida y que éste no vea todo eso. Que todo sean reclamos, quejas y culpabilizarlo por todo lo que no hizo como debía. La realidad es que no sabemos qué hubiera pasado si ellos hubieran actuado como nosotros queríamos. Los hubiera no existen y por eso debemos trabajar con el presente que tenemos ahora.
Yo te quiero invitar a que reflexiones sobre todo lo que tus papás te han dado, todo el amor que has recibido, cada momento en el que ellos han estado ahí para ti, los consejos que te han dado, cómo te han apoyado cuando has estado en problemas y que han llegado aún sin que tú los llames.
Por unos minutos intenta recordar cada palabra de aliento que te dieron, cada “te amo”, cada beso y abrazo. ¿Llegaron tarde por ti al colegio? Pero no te dejaron abandonado, llegaron por ti. ¿Te regañaron por desobedecer? Pero estuvieron ahí para ayudarte a salir del problema. Date cuenta de cómo siempre corrieron al hospital cuando estabas enfermo y no se quitaron de tu lado… ¡Y lo siguen haciendo! Y cuando seas papá o mamá, vas a ver cómo lo hacen también con sus nietos.
Piensa en todas las razones que existen para agradecer a tus papás. Te animo a que vayas y les digas “GRACIAS”, los abraces y les digas cuánto los amas. Si no encuentras ninguna razón para dar gracias, aquí te doy la más grande… porque te dieron la vida, el regalo más preciado que puedas recibir. Si no fuera por ellos, no estarías leyendo esto. Si no fuera por ellos, no existirías. ¡Dales las gracias por eso!
En la biblia Dios nos dejó como uno de Sus mandamientos: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Al honrarlos a ellos, estamos honrando a Dios.